me llamo Alberto Campillo
Mi historia es sencilla, con 12 años pisé por primera vez un gimnasio, y desde entonces se puede decir que no he vuelto a salir de ellos.
Mi pasión por los hierros es tan fuerte, que he dedicado mi vida en cuerpo y alma al gimnasio.
Como te decía, con tan sólo 12 años, recuerdo ir caminando hacia el colegio en mi ciudad natal, Valladolid, y de repente pasé por la puerta de un local sobre el que colgaba un letrero que decía: Gimnasio. A pesar de mi corta edad, algo me dijo que yo tenía que entrar ahí, y así fue. Pues bien, una semana entera me pegué desviándome del cole al gimnasio hasta que, obviamente, mi padre se dio cuenta que algo raro pasaba, y decidió seguirme. Como te puedes imaginar, me sacó a gorrazos de allí.
Pero era demasiado tarde, dentro de esa sala yo sentía que ese era el único lugar donde yo quería estar, ese era mi lugar, ese era mi espacio. Ahí dentro yo podía ser yo mismo y me sentía realizado.
Hasta el punto que 40 años más tarde, en el momento presente, si me ves por la calle o en un supermercado o en un restaurante, te aseguro que me va a ser difícil entablar una conversación. Ahora bien, acompáñame a un gimnasio, pues no sé por qué, pero una vez que cruzo las puertas del gym, ahí me desenvuelvo como pez en el agua